domingo, 11 de octubre de 2009

Dime qué desayunas y te diré quién eres


Cuando conozco a alguien intento siempre memorizar cuál fue mi primera impresión, pero luego, para no tenerla en cuenta, me aseguro de guardarla en esa parte del cerebro que no se utiliza a diario (en mi caso el 99%...), para sólo volver a ella con el paso del tiempo y comprobar si me acerqué o fallé en mi primera apuesta.

El apartamento del West Village en el que nos quedamos durante nuestra estancia en Nueva York pertenece a un chico de unos treinta y pocos con el que sólo coincidimos a nuestra llegada, para que nos diese las llaves, nos enseñase el piso y pudiésemos darle el pastón con el que seguro se financió las dos semanas que iba a pasarse en la Toscana italiana mientras nosotros conocíamos la Gran Manzana.

Tal vez influyó el idioma y el jet lag, pero durante esos diez minutos apenas pude concluir demasiado acerca de su personalidad. Su ropa no me dijo demasiado, ni sus perfectos modales o el resto de los detalles que normalmente nos permiten realizar un retrato robot de las personas que acabamos de conocer.

Pero durante nuestros diez días de estancia me entretuve casi sin darme cuenta en mirar los títulos y temáticas de sus libros, sus cuadros, sus fotografías y el número y variedad de personas que aparecían en ellas, la marca de los productos que utilizaba, las dedicatorias de una postal en la puerta de la nevera, el tipo de comida que había dentro de ella, la ingente cantidad de medicamentos del armario de la cocina...

Supuso toda una aventura intentar hacerme una idea de cómo sería su vida analizando los objetos que le rodean, y puedo deciros sin sonrojarme que apuesto mucho a que no me equivoco demasiado en mis conclusiones: Sam practica con vehemencia los deportes y el culto al cuerpo (tabla de snowboarding, guantes de boxeo, bicicleta de montaña, anabolizantes, varios libros sobre cómo superar la vigorexia...), es un Donald Trump en potencia (sus amigos le animaban en la postal en sus futuros proyectos empresariales, instándole a conseguir sus sueños de siempre, y tenía una decena de libros sobre cómo ser emprendedor, montar tu propia empresa, cinco negocios de futuro, biografías de Napoleón o el dueño de la Virgin...). Aunque él compartió el escaparate de su vida con dos desconocidos como nosotros, no seguiré destripando su intimidad, pero sí os aseguro que obtuve muchísimas más pistas sin tener que abrir ni un sólo cajón, sólo mirando a mi alrededor.

Toda esta introducción es para hablaros de uno de los proyectos de John Huck, titulado Breakfast, en el que el fotógrafo inmortalizó a unas cien personas junto a sus desayunos. Os pongo una muestra del trabajo para que meditéis durante 45 minutos y sin pestañear si los modelos tienen cara de muesli orgánico o de bollo de merengue:








Buenísimo el del calvo y el huevo ¿eh?
Y tú ¿crees que lo que desayunas te define? A mí, definitivamente sí.


1 comentario:

guillermo dijo...

brillante hallazgo.

Los desayunos nos proyectan más de lo que creemos. Es la comida más animal de las que hacemos a lo largo del día. El primer alimento que nos metemos en la boca cuando nos despertamos, cuando volvemos a nacer.

Sam tenía claramente un problema de autoconfianza, sublimar su vida al deporte y devorar libros de autoayuda empresarial además de determinadas biografías, sobre todo la de Napoleón, denotan desequilibrios emocionales. Compartir casa con dos desconocidos le permitiría afianzarse más en el mundo, desde luego, sin éxito.

Un saludo y enhorabuena por el blog, carne de reader.