
Uno de los motivos por los que en las últimas semanas he actualizado poquito el blog han sido los preparativos, parativos y postparativos de la maravillosa semana de vacaciones que nos permitió ver a U2 en Barcelona, a Manu Chao en Mataró, o conocer entre otros el pueblo que cautivó a Dalí tanto como a nosotros y que puedes ver en la imagen de arriba: Cadaqués. Un viaje de diez en el que, como suele ser habitual, todo nos salió a pedir de boca.
Durante el viaje, que es a lo que voy, hablamos y disfrutamos una vez más de nuestro concepto de vacaciones, y volvimos a analizar el que suele ser el de la inmensa mayoría de nuestros congéneres: esa inusitada, sospechosa y repentina pasión que les da a algunos cuando salen del pueblo, de visitar cuanto museo, exposición y monumento se encuentren a su paso. La mayoría no ha visitado los de su propia ciudad desde que las monjas les llevaron de excursión aquel otoño del '87.
Me encanta el arte. Me enloquece la innovación, las iniciativas pioneras, la sencillez, el replanteamiento de usos y costumbres y conocer o tratar de adivinar el fondo con el que fueron concebidas las obras. Me gusta acercarme al estado emocional de quienes las ejecutan. Admirarlas y pensar en cómo se le ocurrió al autor materializarlas, en las horas que pasó proyectándolas y elaborándolas, ésas cosas. Las miro y me creo que soy el autor y trato de acercarme a lo que sintió al parirlas.
Pero no me gusta poner el despertador para hacer cola y poder comprar una entrada para meterme en un edificio de cuatro plantas con tres cuadros por metro cuadrado, cuya visita solo me permite dibujar una equis en el correspondiente recuadro de mi carnet de turista. Seguro que en la misma manzana hay cientos de cosas que me harán vibrar igual y seguramente más.
Intentaba explicarle ésto a un compañero y le decía: es como si te ponen a una tía guapísima delante y puedes tomarte tu tiempo admirándola, pero imagínate que te encierren con cincuenta tías en bikini en una habitación, qué agobio. Supongo que no fue un buen ejemplo, que al hombre hasta se le pusieron los ojitos en blanco...
Por éso me gustan los museos dedicados a una sola persona o a un sólo tipo de arte o movimiento. Así puedo meterme mejor en el papel y tratar de mirar las obras sintiéndome un poquito más cerca de quien las hizo posibles. Creo que todos tenemos dentro la capacidad de disfrutar con el arte, pero para descubrirla necesitamos un poquito de dedicación y tiempo, y así, por kilos, no me parece posible. Estoy convencida de que los grandes museos politemáticos cada vez más parecidos a un centro comercial son una especie a extinguir. O al menos éso espero.
En el British Museum me descubrí a mi misma después de un buen rato recorriendo las paredes buscando únicamente los cuadros que me sonaran, como cuando uno veía los anuncios de juguetes en Navidad y se los iba pidiendo todos sin criterio: me lo pido!, me lo pido!, me lo pido!... Y luego me emociono no sabes tú cuanto recordando como me metí en la piel del pelirrojo la tarde que pasamos en el Van Gogh de Amsterdam, que hasta salí llorando.
Qué bueno es, por cierto, ésto de tener un blog y poder desbarrar sin que nadie te diga nada...
Pues bien, toda esta mega introducción es para hablaros de otra intervención urbana realizada por el artista DosJotas, y ejecutada a través de las señales viales que indican cómo llegar a los museos madrileños de Madrid como el Prado, el Reina Sofía o el Thyssen-Bornemisza.

Es una intervención sutilísima, que pasa prácticamente desapercibida, pero con la que el autor nos invita a reflexionar sobre esa suerte de peregrinaciones culturales que los turistas realizamos sólo porque un señor que no conocemos (y que me imagino con bigote), nos dice que tal sitio no se puede dejar de visitar, y uno va en manada y ni se plantea si lo que encontrará dentro le gustará o no.
La cultura como mercancía, espectáculo, producto de legitimación política, de gentrificación o de renovación urbanística. Los grandes centros de arte, como las nuevas catedrales levantadas a la diosa Cultura invistiendo de luz, sabiduría y superioridad a sus visitantes. En palabras del antropólogo Manuel Delgado: "la cultura, la nueva religión del estado". Son palabras del autor. Y tranquilo, yo tampoco sabía lo que era gentrificación, lo he averiguado aquí.
Pocas cosas se me ocurren más tristes que pensar en que uno no sepa disfrutar, ni tan siquiera nombrar, lo que le hace verdaderamente feliz, y no pueda dedicarse a atiborrarse de serotonina cada día de su vida, pero especialmente durante los tristemente ansiados días de vacaciones.
Seguro que hay alguna frase de Confucio sobre el tema que lo describa mejor. Mientras me conformo con aquella de Ptolomeo el Sabio...
No te fíes de los señores con bigote.
Si es que te lo he dicho mil veces...