lunes, 1 de junio de 2009

¿Tenemos tiempo para la belleza?



¿Qué es exactamente? ¿Sabemos realmente apreciarla? ¿Seguro? ¿Aunque venga sin enmarcar y te salga gratis? Me explico, me explico... 

En la estación de metro de L'Enfant Plaza, en Washington, una fría mañana de un viernes de enero, un músico callejero se aposta en una zona de paso, junto a una papelera, y comienza a tocar su violín. Las arcadas de la estación generan una acústica inmejorable. Durante 45 minutos, interpreta seis piezas clásicas, y 1.097 personas pasan frente a él de camino a sus trabajos o para llevar a los niños al colegio.

Como es natural, los transeúntes deciden libremente si les gusta o no la interpretación, si pararse a escucharlo, si aplaudir en las pausas, o si ponerle una moneda o tal vez un billete en su estuche vacío.

Lo que ninguno de ellos sabe es que ese treinteañero en vaqueros, camiseta y gorra de béisbol, es uno de los más afamados violinistas del mundo, tocando seis de las piezas clásicas más complicadas y valoradas por los expertos, con uno de los Stradivarius más valiosos del planeta, por el que pagó 3.5 millones de dólares. Incontestable.


Se trata del que ves en esta última imagen: Joshua Bell (Indiana, EEUU, 1967), en un tiempo niño prodigio y aquel día del 2007, con 39 años, un virtuoso aclamado internacionalmente, cuyo público paga una media de 100 dólares por localidad para asistir a uno de sus conciertos en las mejores salas del planeta. Y todo ésto fue organizado por el Washington Post, donde leí sobre ésto, como parte de un experimento sobre la percepción, el gusto, y nuestras prioridades.

Y bien, ¿qué crees que pasó?...

Venga, va, mójate, son unas 1.000 personas pasando... ¿cuántas crees que se pararon? ¿cuántas le echaron alguna moneda? ¿se encontrará el músico callejero billetes en el estuche? ¿cuánto dinero crees que pudo haber recaudado?

Vaaaale..., te cuento...

Tuvieron que pasar tres minutos antes de que algo sucediese. De repente, un hombre de mediana edad simplemente, se giró y miró al violinista. Tuvieron que pasar 63 personas para que una de ellas diera muestras de que advertía su presencia. Sí, vale, el hombre continuó caminando, pero por lo menos ya era algo.

En los siguientes minutos, la cosa no mejoró demasiado. Durante toda su interpretación, de las 1.097 personas que pasaron por delante, sólo 7 llegaron a pararse a escuchar (algunas con vehemencia, todo hay que decirlo), al menos durante un minuto. Joshua Bell gana en sus conciertos unos 1.000 dólares por cada minuto de interpretación. Pero aquella mañana, en el metro, sólo 27 personas le dieron dinero: 32,17 dólares en total. Sí, algunos incluso le dieron peniques.

Entonces, ¿qué es lo que falla? Sí, vale, muchos de los transeúntes tendrían prisa, otros llevarían el iPod a tope, y otros evitarían la culpabilidad de no dar un donativo escapando del cruce de miradas, ¡pero estamos hablando de 1.000 personas!

No parece existir un patrón étnico o demográfico que distinguiese a quienes se pararon a escuchar a Bell de los que se decidieron a darle dinero o de la aplastante mayoría que simplemente siguió caminando. Blancos, negros, asiáticos, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres... Sólo un grupo mostró un comportamiento absolutamente consistente: todas y cada una de las veces en que durante los 45 minutos un niño o una niña pasó por delante, siempre intentó pararse a mirar. Y todas y cada una de las veces, el adulto que le acompañaba se lo impidió.

¿Se trata acaso del contexto? ¿reconocemos la belleza en un contexto inesperado? ¿nuestra apreciación depende del lugar y de nuestro estado de ánimo, como afirmó Kant? ¿de la novedad? 

De acuerdo, aceptemos que no podemos observar lo que ocurrió esa mañana y sacar conclusiones acerca de la sofisticación o la capacidad de la gente para apreciar la belleza... ¿Pero qué hay de nuestra habilidad para apreciar la vida?... 

Si nuestras prioridades hacen que nos resulte irrelevante, que nos volvamos sordos y ciegos, si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar música de la mejor... ¿qué más nos estaremos perdiendo?

Malos tiempos para la lírica...


2 comentarios:

balutxillo dijo...

"...todas y cada una de las veces en que durante los 45 minutos un niño o una niña pasó por delante, siempre intentó pararse a mirar..."

Menos mal que todavía nos queda algo de inocencia y de esperanza...

Una entrada fantástica, gracias!!!

Miss Rosenthal dijo...

Me ha encantado la historia! qué pena que seamos así, de verdad