jueves, 25 de septiembre de 2008

Restaurante Dans le noir



Comer en la más absoluta oscuridad en pleno centro de la ciudad de las luces es posible...
 
A los que me conocen seguro que más de una vez les he aburrido con nuestra experiencia del verano pasado en París, donde tuvimos la oportunidad de cenar en el Dans le noir, un restaurante cerca del Pompidou regentado por invidentes, y en el que se puede probar, totalmente a oscuras, platos de cocina mediterránea aromatizada con especias de la Provenza, preparados para ser degustados con los cuatro sentidos.

La experiencia y el ritual son memorables de principio a fin. En el lounge del restaurante los camareros te indican que dejes en las taquillas, dispuestas a tal efecto, móviles, mecheros, relojes, o cualquier otro objeto luminoso. Los platos se eligen fuera, y lo normal para completar la aventura es atreverse a pedir el menú sorpresa, mencionando si hay algo que detestas o a lo que eres alérgico, por si acaso. Después, te presentan al que será tu camarero, invidente, y al que habrás de llamar por su nombre si necesitaras que te rellene la copa o quisieras indicarle que puede dar paso a los postres. Así, en fila india, con la encantadora Caroline a la cabeza, y con nuestra mano en el hombro de otros clientes igual de expectantes, a los que nunca volvimos a ver, entramos en la sala cruzando tres telones sucesivos, gruesos y oscuros, que separaban el comedor del lounge de la entrada.

Una vez dentro, comienza el agobio... no existe el menor atisbo de luz, nada. No sabrás nunca el tamaño de la sala, cuánta gente hay dentro, la disposición de las mesas... nada. Al entrar, después de que las pupilas se acostumbrasen a duras penas, los nervios llevaron a mi mano a hacerse la valiente, y de repente, no se como, perdí el hombro ajeno al que me sujetaba, y claro, se hizo el caos. Cuando le dije a Guille que lo había perdido, su desconcertado no me jodas no contribuyó demasiado a tranquilizarme: rodeada de oscuridad y de voces extrañas que hablaban en idiomas desconocidos, y cuya distancia no era capaz de precisar, me hubiese dado la vuelta si hubiese sabido hacia dónde... Por suerte, Caroline llevaba rastas, así que palpando con mis manos y lloriqueando su nombre, no tardé demasiado en localizarla, gritando la tengo, Guille, la tengo!

A tientas, no me preguntes cómo, Caroline logró que nos sentásemos en una mesa ¿del fondo?, donde descubrimos sorprendidos que tendríamos compañía: una encantadora familia de Dubai que por suerte hablaba inglés (imagínate cenar a oscuras con desconocidos que nunca has visto y que no hablan un idioma familiar...), y con la que la experiencia se volvió aún más surrealista y divertida. Los primeros minutos fueron básicamente de presentación, localización de cubiertos y servilleta, palpado de perímetro y colocación de los brazos a modo de valla alrededor de nuestro plato, como si estuviésemos en Alcatraz. 

Después de:
perder la servilleta, 
que Guille le metiese la mano al de enfrente en la copa (que no sé yo si eso estará muy bien visto en Dubai...), 
imaginarnos, de haberla, cómo sería la decoración, 
tratar de besarnos (oreja con barbilla), 
imaginar un par de cochinadas, 
saludar a las posibles cámaras, 
levantarnos para que nuestros compañeros de mesa se fueran, incapaces de capear con aquello y sin haber probado bocado... a pesar de nuestros esfuerzos por contenerles,
acabamos pasando de los cubiertos y comimos palpando con los dedos el misterioso menú sorpresa, cuyo contenido nos fue desvelado a la salida, descubriendo que el imaginado bacon era en realidad berenjena y que el sentido del gusto y el reconocimiento de sabores, no son precisamente mis puntos fuertes...

A pesar de los 70 euros por barba del quizá demasiado minimalista menú, uno no se puede imaginar ni valorar a priori todas las fases desconocidas por las que puede pasar en una situación así... durante la cena hablamos con emoción solidaria sobre la heroica habilidad de los camareros para manejarse por la sala, llevando platos y copas, rodeados de guiris pronunciando su nombre, y utilizando unas imperceptibles marcas en el suelo a modo de guía; de cómo sentíamos que la sala estiraba y encogía al compás de las voces, o de cómo todos los sabores y texturas resultaban tan diferentes y desconocidos.

Para los más escépticos, aclaro que los camareros son ciegos de verdad de la buena, y que el restaurante, limpio por cierto como una patena, forma parte de un proyecto internacional de apoyo a la comunidad invidente, con locales en otras ciudades como Londres, Moscú o Varsovia.

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Después de una entrada tan larga, uno no sabe cómo terminar, lo único claro es que no habrá más en un par de días, que tanto vosotros como yo nos merecemos un descanso...

18 de noviembre: reedito para añadir (¡gracias, amm_06!) un fotograma con una imagen del restaurante que sale en la peli Los abrazos rotos y este enlace a un texto de Almodóvar sobre su relación y visión con la oscuridad.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

interesante...hace poco lei esta entrada del blog de almodovar, sobre la riqueza del negro / oscuridad y el restaurante en la oscuridad: http://www.pedroalmodovar.es/PAB_ES_08_T.asp

amm_06

Alabinbonban dijo...

Gracias amm_06! Te perdono la puñalada de lo de que el insularismo me tiene la visión limitada... gafú!